Por: Dr. Pedro Ortiz Cabanillas
Ex–Jefe del Servicio de Neurología
Ex Jefe del Dpto de Sistemas Neurológuicos
En cualquier país se puede construir hospitales de distinto grado de complejidad para atender las necesidades de salud, locales, regionales o nacionales. Pero muy pocos se fundan bajo condiciones tan especiales como las que determinaron la entrada en funciones del originalmente llamado Hospital del Empleado, después Hospital Central Número Dos, y ahora Hospital Nacional Edgardo Rebagliati Martins.
En primer lugar, es el Hospital más moderno construido por la institución que controla las finanzas de la Seguridad Social, que inicialmente fue llamada Seguro Social del Empleado, luego Seguro Social del Perú, más tarde Instituto Peruano de Seguridad Social, y ahora se la conoce con la suerte de pseudónimo “EsSalud”.
En segundo lugar, es el Hospital de Especialidades más grande del país. Y aunque estuvo especialmente diseñado para la atención médica de tercer nivel, atiende a los pacientes asegurados como si fuera un centro médico de primer nivel, un hospital general de segundo nivel y un hospital propiamente especializado. Por eso los médicos especialistas tienen que atender desde pacientes que acuden por problemas de salud relativamente banales, hasta pacientes cuyos problemas clínicos requieren de la más alta especialización y recursos. Lo de cuarto nivel es un mito derivado del tipo de edificios construidos, antes que del nivel y tipo de sus actividades; pues, si fuera realmente de cuarto nivel, sería un hospital para la investigación científica y tecnológica de ese mismo nivel.
Sin embargo, a pesar de sus bondades, de los méritos y la calidad de sus profesionales médicos –sin desmerecer la calidad de todos sus trabajadores–, no queremos hacer aquí una apología de este centro asistencial (que bien se lo merece, sobre todo para neutralizar las críticas de sus detractores, especialmente de aquellos que publican los supuestos desaciertos contados por los pacientes que no creen haber recibido la atención debida). Lo que queremos hacer es una valoración de sus aportes al desarrollo de la calidad de la atención médica en nuestro país.
En efecto, ahora a sus cincuenta años de fundado, este hermoso Hospital ya tiene una historia de cincuenta años cuyo efecto ha sido el de olvidar sus aportes germinales a la medicina. Tal vez quienes trabajamos en él no hemos sido lo suficientemente sagaces como para valorar la profunda influencia que ha tenido esta institución en el desarrollo del trabajo médico y en la estructuración de los servicios médicos, no sólo de la seguridad social, sino de todos los servicios de salud de nuestro país. Una evaluación de esta naturaleza podría servir para apreciar con más profundidad su historia, apreciar si su desarrollo ha sido progresivo, o a lo mejor regresivo, y hacer las proyecciones más apropiadas para el futuro de las instituciones médicas y de salud en el Perú.
La entrada en funciones del Hospital sin duda que ha marcado el curso de una institución sui generis. Nada menos que la Federación Médica de ese entonces decretó una huelga a fin de que este Hospital no sea un servicio público más, sino una gigantesca clínica privada. Se esgrimió el principio de la libre elección del médico por el paciente, y en un plano implícito, se dio a entender que así se beneficiaran no sólo un grupo de médicos, sino nada menos que la comunidad médica nacional. Una clínica de 1 300 camas, en la que todo médico podía llevar a sus pacientes era, sin duda, una idealización que pensaba sólo en los intereses del gremio, y no en las necesidades de atención masiva de los trabajadores. Con todas las interpretaciones que se han dado, el funcionamiento del Hospital bajo tales condiciones, era insostenible. Esto explica por qué ningún sistema de seguro social en el mundo ha adoptado una forma de atención médica basada en el modelo de las clínicas privadas.
Remarcamos este hecho, no como anécdota, sino como punto de partida de una forma de hacer medicina que no tenía precedente en el país: era el proyecto de un Hospital cuyo personal debía atender a los pacientes durante las 24 horas del día y todos los días de la semana. Siguiendo a Laín Entralgo, diremos que desde la Edad Media en adelante, los hospitales públicos han funcionado en base a los intereses de los médicos: para atender a los pobres por la mañana, con el mínimo de los recursos y para realizar los mejores estudios de investigación científica. Por el contrario, las clínicas privadas debían servir para atender a los ricos por la tarde, con todos los recursos posibles, y sin importar si hay o no algo por investigar. Es precisamente este sistema el que se logró cambiar en el Hospital del Empleado.
Gracias a la huelga de los dirigentes médicos de ese entonces, y a la prohibición que dictaron para que ningún médico se presente al concurso convocado por el Seguro Social, desde el 03 de noviembre de 1958, los pocos médicos que ingresaron por concurso, empezaron a atender todo el día y todos los días, mañana tarde y noche, donde todos, desde ayudantes hasta los jefes de departamento, cubrían guardias de 24 horas, cada 4 o 6 días; cual médicos residentes recién admitidos para una segunda especialización. En su mayoría eran médicos jóvenes; algunos ya habían tenido un entrenamiento en otros países, y todos ellos aún no tenían trabajo remunerado, aunque muchos ya tenían acceso a los pocos centros de atención médica que existían para iniciar su especialización de modo informal.
Esta clase de vida intrahospitalaria y a dedicación exclusiva se prolongó por varios años más. En el segundo concurso de admisión (del año 1962) el contingente médico no fue muy distinto, pues la prohibición dada por la Federación Médica se mantenía vigente. Ninguno era especialista en los términos que ahora se acepta y exige. Y si bien todos ya habíamos tenido alguna práctica profesional, por lo general al lado de connotados maestros –sobre todo en los hospitales docentes de la única Facultad de Medicina de ese entonces, la Facultad de San Fernando de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos–, la gran mayoría no teníamos el tiempo de experiencia que se ahora se exige; después de una Residencia Médica escolarizada, por ejemplo.
Lo importante que tenemos que valorar ahora, es esa nueva forma de trabajo médico. Al ser la mayoría jóvenes, casi ninguno tuvo ocasión de atender en forma privada. En esta ocasión, contribuyeron los sueldos que, dígase de paso, cubrían las necesidades básicas de los médicos, como del resto de los trabajadores. Dicha forma de trabajo, generó una actitud distinta a la del médico que tiene que correr de su institución para atender su trabajo privado que, en realidad, le rinde más ingresos, pero infortunadamente en detrimento de la atención institucionalizada. Dicha actitud, fruto de la dedicación exclusiva al trabajo hospitalario, beneficia en sumo grado a los pacientes, como beneficia también al médico, puesto que al ahorrarle las contradicciones morales que genera el trabajo rentado y el trabajo liberal, está más liberado del estrés que con cada vez mayor frecuencia se ha convertido en un riesgo para la salud personal. El médico que se dedica a un solo trabajo, tiene más tiempo para estudiar, e inclusive para investigar, publicar trabajos científicos, y retornar lo avanzado a la propia atención de sus enfermos y, por qué no, de otras instituciones. Por otro lado, la propia institucionalidad obliga a respetar los méritos y las capacidades de los profesionales para promoverse y acceder a los niveles profesionales de mayor responsabilidad, y a los cargos administrativos de los servicios y departamentos, como del mismo hospital. Que no se hayan realizado trabajos de investigación en este Hospital, sólo refleja el reducido número de horas de trabajo, todas ellas dedicadas al trabajo asistencial. La conquista de las ocho horas, con salarios justos, hubiera cubierto todas las actividades que se esperan de un médico dedicado al trabajo asistencial, docente, administrativo y de investigación.
Con la inauguración del Hospital del Empleado coincidió la renuncia masiva de los profesores de la Facultad de Medicina de San Fernando como consecuencia de la nueva Ley Universitaria. La coincidencia fue interesante, porque marcó las condiciones para el puesto único, para abrir nuevas escuelas médicas, para crear nuevas y mejores instituciones médicas. Sin embargo, la conducta errática de los sucesivos gobiernos, la ausencia de continuidad en la gestión del Estado, la ausencia de un proyecto nacional, la corrupción política, entre otras, han determinado que la segunda parte de la historia de nuestro magnífico Hospital siga un curso igualmente errático, sin continuidad en la administración de sus recursos, y sin proyecto institucional, siquiera a mediano plazo.
Se trataba pues de dar inicio a una institución solidaria, libre y justa; aspiraciones éstas que ahora tratamos de fomentar frente a los reclamos de los pacientes y sus familiares que, cierto o no, se quejan de que no se respeta su dignidad, su autonomía ni su integridad. Indudablemente que este no es un hecho aislado: bastante se habla ya de una deshumanización de la medicina, de una despersonalización del trato a los pacientes y de una mercantilización de los servicios médicos. ¿Significaría que, después de un comienzo que auguraba un modo diferenciado de hacer medicina, se ha caído o se tiende a dejarse llevar por la corriente?
Una respuesta a esta pregunta requiere de un severo análisis de esta historia de cincuenta años. Aunque lo más evidente es que, conforme los salarios fueron reducidos, conforme se fueron quitando los beneficios que gozaban los trabajadores y se fueron degradando las condiciones de trabajo de los primeros años; conforme se fueron suprimiendo los concursos y los ascensos por méritos; designando para los cargos de mayor responsabilidad, primero al más antiguo, luego al mejor amigo; conforme las huelgas médicas se levantaron sin beneficio real alguno para los trabajadores, y conforme se fueron contratando profesionales por servicios no personales, a plazos y sin nombramiento; a lo largo de estas últimas décadas, hemos vuelto al esquema medieval de atención, en detrimento de todos, pero especialmente de los enfermos.
A pesar de todo, por lo menos el principio del puesto único ha quedado formalmente incólume. Pero queda por recuperar la dedicación real, integral, al trabajo institucionalizado, para que el médico no tenga que mejorar su ingreso recurriendo a múltiples tareas que dificultan, impiden o merman sus posibilidades de una verdadera realización profesional. Y a pesar de que es notorio el fracaso de quienes asumen la responsabilidad de dirigir la Seguridad Social sin contar con las capacidades adecuadas, nuestro Cuerpo Médico no puede abdicar a su tarea primigenia: la de mantener aquellas actitudes que hicieron que el Hospital del Empleado diera inicio a una forma distinta de servicio; aquella donde la dedicación integral de los médicos a su trabajo en una sola institución es imprescindible, o por lo menos fundamental.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Laín Entralgo P (1962) La Relación Médico-Enfermo. Historia y Teoría. Revista de occidente, Madrid.
Ortiz CP (1996) Introducción a la Medicina Clínica-1. El Examen Clínico Esencial. Fondo Editorial de la UNMSM, Lima.
Ortiz CP (2007) Ética social. Para el desarrollo moral de las instituciones educacionales y de salud. Centro de Producción Editorial, UNMSM, Lima.